domingo, 1 de abril de 2012

La selva

Caía la noche dentro de aquel mar de espesa vegetación. El verde de las hojas iba tornándose indefectiblemente oscuro, cada vez más, lenta pero progresivamente, como una amenaza. Mary Ann y Edgar tendrían que haber vuelto al poblado antes de que cayese el sol, pero la noche se había cernido sobre ellos tan rápido que apenas tuvieron tiempo de reaccionar y volver sobre sus pasos.

Desde luego su madre se enfadaría. Casi temían más el castigo que el potencial peligro  que correrían sus vidas si se perdiesen en la oscura selva. Seguramente no les volvería a dejar explorar por su cuenta, ni siquiera salir del campamento, y todo por un pequeño descuido. Sumidos en estos pensamientos iban los dos niños mientras caminaban con paso rápido a través de la espesura, apartando ramas aquí y allá, y dando saltos para evitar las enormes raíces y troncos.

Ya debían de estar cerca, por lo que aguzaron el oído para orientarse, así como la vista para detectar alguna hoguera. Mary Ann se alisaba el pomposo vestido que llevaba, intentando parecer más pulcra de lo que se sentía. La humedad pegajosa de aquel lugar hacía sudar de una manera inevitable a cualquiera, y más teniendo que embutirse en semejante atuendo, nada apropiado a pesar de que fuera la moda en Inglaterra. Pero de nada le servía refunfuñar al respecto, puesto que su madre nunca le dejaría llevar otras ropas con las que pudiese correr y saltar por ahí, porque "no era cosa de señoritas".

Edgar no tenía de qué preocuparse, no le importaba mancharse o hacerse pedazos la ropa, pues su madre no le regañaría con tanta insistencia como a su hermana. Por eso intentaba poner toda su atención en lo que había a su alrededor para encontrar el indicio que les llevaría al poblado indio en el que habían acampado ese día. Se estaba empezando a preocupar porque no oía nada que no fueran los extraños sonidos que articulaban los pájaros de aquella parte del mundo y el rasgar de las hojas con la brisa nocturna. Tampoco veía ningún fuego que delatase la presencia de personas cerca. Sin embargo, estaba seguro de no haberse equivocado en la dirección a tomar, había hecho marcas con un pequeño cuchillo en algunos árboles y se había orientado con el sol para no perderse...

Tras la breve parada, continuaron un poco más buscando el resto de las señales que había dejado Edgar a su paso hasta que, de pronto, divisaron el claro. Un inmenso alivio recorrió sus cuerpos, inconscientemente en tensión ante la posibilidad de haberse perdido de verdad. Pero algo extraño debía ocurrir porque no les llegaban sonidos del trajín de la cena, ni el olor de la comida y de la madera quemada. ¿Qué ocurría?

Esa pregunta pendía en su mente cuando atravesaron los últimos árboles. Lo que encontraron allí, o no encontraron, les resultó sobrecogedoramente extraño, como cuando esperas que haya un escalón bajo tus pies y te sobreviene un vértigo cuando notas que tu pie no da contra lo que esperabas. Había un claro enorme y vacío donde se supone que estaba el poblado. Literalmente vacío. Ya no había pequeñas chozas, ni pieles colgadas de las ramas bajas de árboles pelados, ni hogueras. Pero sobre todo no había personas, no había nadie, todos se habían ido, sin ellos. ¿Por qué?

Boquiabiertos, los niños se miraron el uno al otro haciéndose esa misma pregunta, sus mentes trabajando a la máxima velocidad tratando de encontrar una respuesta que sirviera para explicar aquel inquietante suceso. Ninguna respuesta parecía encajar con aquello.

- ¿Qué hacemos? - preguntó Mary Ann con voz estrangulada a su hermano.
- Mmm... No estoy seguro, pero creo que deberíamos quedarnos aquí, puede que vuelvan, no sé, y de todas formas es de noche y dentro de poco no vamos a poder ver nada. Vamos, tú prepara unas cuantas hojas de palmera del suelo para cubrirnos y yo iré a buscar un par de mangos o cocos para comer.

Y así lo hicieron, cuando se reunieron de nuevo en el centro del claro, Mary Ann había preparado un lecho más o menos cómodo en el que echarse a dormir, y Edgar un par de cocos verdes y grandes que estuvo apuñalando con su cuchillo hasta que consiguió rajarlos para sacarles el jugo. Comieron y enseguida se echaron a dormir, muy juntos para mantener el calor.

No tardaron mucho en dormirse, agotados de caminar por la selva, pero tuvieron un sueño inquieto, alerta. Mary Ann se despertó al poco rato sudando, ya que a pesar de ser de noche, la brisa era cálida y la temperatura bastante alta. Miró a su alrededor, pues no era solo el calor lo que la había despertado, sino un sentimiento, un miedo que no era capaz de identificar y que la había llevado de nuevo a la vigilia. Sin moverse apenas, miró a su alrededor, buscando un indicio de peligro. Y entonces lo vio: un par de ojos brillantes la observaban desde la espesura, más allá del claro. Un escalofrío recorrió su espalda y, sin querer, contuvo la respiración, a su vez que el corazón comenzaba a latirle a una velocidad imposible.

Moviéndose muy despacio, hincó el dedo en el costado de Edgar para que se despertara, lo que le costó un par de intentos. Él la miró interrogante, y dirigió la vista hacia donde ella estaba observando tan intensamente. El corazón le dio un vuelco pero se contuvo. Cogió el cuchillo que llevaba en el bolsillo y se preparó para defenderse a sí mismo y a su hermana de aquella cosa, fuese lo que fuese.

El par de ojos comenzó a avanzar hacia el claro, moviéndose con lentitud. Al llegar al espacio vacío, la luna iluminó la figura de aquel ser pálido y brillante. Edgar y Mary Ann contuvieron el aliento, muertos de miedo. Aquel animal era nada menos que un jaguar, un jaguar albino que avanzaba amenazadoramente hacia ellos. Todo su blanco pelaje destellaba a la luz de la pálida luna, casi llena. Un gruñido bajo y oscuro, proveniente de lo más hondo de la garganta del jaguar se abrió paso hasta sus oídos. Parecía mirarles a los dos directamente a los ojos, como retándoles a hacer ningún movimiento.

Y en lo que dura un parpadeo, el blanco animal se lanzó al ataque con las fauces completamente abiertas. Eso fue lo último que vieron antes de cerrar fuertemente los ojos y gritar.

- Vamos niños, que tenemos que recoger todo antes de que venga el cochero. Si no estáis vestidos y preparados para las once en punto prometo que me iré sin vosotros.

Mary Ann miró a su alrededor profundamente consternada, con el corazón desbocado y el grito aún pugnando por salir de su garganta. Edgar la miraba interrogante a su vez. Estaban en sus respectivas camas, en casa, aún en Inglaterra. Aún no lo podían creer, ¿sólo había sido un sueño?

- Ed...
- ¿Sí, Ann? - le temblaba la voz.
- ¿Qué me contestas si te digo blanco? - preguntó con un susurro.
- Jaguar.


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Hola! Llevo mucho tiempo sin blogear, lo siento! Me gustaría que quien leyera esto me dijese qué le parece como principio de una historia. Es sólo un boceto pero, ¿suena interesante? ¿qué te gustaría que pasara? Como siempre, gracias por leer.

Patri