miércoles, 31 de marzo de 2010

Memorias de un Bloc de Notas

Dejo como "inauguración" del blog mis "Memorias de un bloc de notas" en su versión definitiva que envié al Concurso Gasparini. Espero que os guste.
Nota a 20 de abril: este relato ha sido finalmente seleccionado entre los 5 primeros del concurso, lo cual me llena de felicidad. Próximamente, tras la entrega de premios, publicaré el puesto en que ha quedado. Un saludo y muchas gracias.

Memorias de un Bloc de Notas

Recuerdo la primera vez que me abrieron. Mis pastas aún estaban rígidas, chirriaban un poco intentando separarse de mis lisas hojas a rayas. Fue el principio de mi vida, una vida larga, plena, productiva al principio y más tediosa conforme llegaba mi final. Pero aún no es momento de hablar de semejante tema. Toda historia debe empezar por el inicio.

La primera imagen que vi fue la de la chica a la que acompañaría durante toda mi vida. Su rostro mostraba la ilusión de quien estrena una cosa, disfrutando de la sensación que da ser el primero en algo.

No hay muchas personas capaces de apreciar la gracia de lo nuevo, lo que está por usar. Ese olor diferente, ese tacto inconfundible de lo que aún no se halla ni roto, ni doblado, ni castigado con tantos otros suplicios que reciben los de mi especie a lo largo de su vida. Ella era una de esas pocas personas.

A partir de ese momento, empezó a hacerme partícipe de su vida. Primero se presentó, escribiendo con letra pulcra su nombre en mi pasta delantera. Luego, por detrás, apuntó su dirección por si alguna vez me perdía. Yo quise recompensarla abriendo mis páginas para ella, para que me contara sus sueños y dibujara en ellas todo lo que fuese capaz de imaginar.

Ella pareció entender mi deseo, puesto que poco tardó en caligrafiar sus primeras líneas en mis preciadas hojas blancas. Me encantaba su forma de tratarme. Era delicada y su escritura fina y limpia, bonita. Me trataba con tal cariño, que mi cuerpo nunca se resentía. Apenas me salían dobleces o rasgaduras.

Prestaba mucha atención a lo que ella me contaba. Me di cuenta en poco tiempo de que yo era para ella el más preciado tipo de manuscrito. ¡Yo era su diario! Qué orgulloso me sentí. Un diario es la expresión más personal de lo que es un ser humano, es la historia de su vida, de su día a día, de cada uno de los momentos que cambiaron su mundo. Es, en fin, el depositario último de su existencia, la confianza máxima en que de alguna manera, alguien en el futuro leerá lo que escribió y el recuerdo no se perderá.

Descubrir eso me hizo sentir en sintonía total con ella, volcándome en sus sentimientos y en todo lo que ella deseaba contarme.

Los primeros meses se mostraba siempre muy contenta, optimista, animada y tranquila. Yo la observaba mientras escribía en mí con los ojos brillantes y una sonrisa en los labios. Me quedaba embobado viendo esa chispa en su mirada, y me reía de gozo por dentro cuando me hacía cosquillas de corazones en los bordes de mis páginas.

Luego vino una época de muchos altibajos. Algunos días se mostraba entusiasmada y apenas me daba tiempo a asimilar lo que me contaba, dada la velocidad a la que su bolígrafo se deslizaba sobre mí. ¡Apenas podía absorber la tinta! Sin embargo, había otras veces en que la veía morderse el labio con la mirada fija en mi página en blanco. Me hacía sentir frío y desnudo. Parecía preocupada, y puede que no supiera explicarme el por qué. Tal vez ni siquiera ella lo sabía. Con mi lisa piel de papel intentaba preguntarle: ¿qué te ocurre, preciosa? Pero no había respuesta.

También hubo noches en las que debía sentirse confusa, porque se volvía incoherente o se contradecía a sí misma. Los peores momentos eran aquellos en los que se enfadaba y expresaba su ira clavándome su daga de tinta hasta las entrañas, haciendo que varias páginas por detrás quedaran marcadas por un surco de hirientes y desafortunadas palabras.

A pesar de los días malos, yo la seguía queriendo tanto como el primer día. Yo comprendía que cuando uno no está bien, muchas veces no puede evitar pagarlo con aquellos en quien más confía, aunque no sean los culpables. Pero ella se fue olvidando gradualmente de mí. Primero fueron jornadas sueltas, en las que no venía a visitarme para contarme qué tal le iba. Después fueron semanas enteras, hasta que de pronto me encontré solo entre decenas de los míos, abandonado en una polvorienta estantería.

Me sentí apesadumbrado, triste. Sabía que ya no era como antes, que poco a poco me estaba haciendo viejo y llegarían otros con mejores pastas, más bonitos y más modernos a ocupar mi lugar. Pero lo que teníamos ella y yo era especial... Yo... Yo era su diario... No era un bloc de notas cualquiera, o eso pensaba yo. Sentí celos y rabia contra aquel enemigo invisible que me había robado a quien yo más quería. “Contra el tiempo no se puede hacer nada”, me dije. Al final, me quedé esperando a que ella volviera a mí cuando me necesitara. Porque para eso están los amigos.

Me fui llenando de polvo, y algún que otro bichito se quiso alojar en mí, pero no le dejé. Me mantuve con el muelle metálico en su sitio, ni un borde se me escaparía sin luchar. Si tenía que acabar en la planta de reciclaje, lo haría con orgullo y honor. Yo no era ningún cobarde de esos que se dejan morir cuando el universo se pone en contra.

Esa fe fue la que me mantuvo cuerdo hasta que llegó el día en que, de nuevo, me encontré en sus manos. ¡Qué dichoso me sentí! ¡Qué alegría volver a verla! ¡No me había olvidado! Parecía que todo había valido la pena al fin y al cabo.

Poco tardé en darme cuenta de que algo no iba bien. Hacía unos sonidos extraños… Cuando me abrió y vi al fin su cara, el corazón se me vino abajo, más abajo que antes, más allá de mi margen inferior. Por momentos me dejaba ciego y me ahogaba. Sus lágrimas de sal caían en mí sin piedad, torturándome, mientras ella me relataba su triste historia. No sabía cómo consolarla, sólo podía ofrecerle mis últimas páginas para que desahogara conmigo toda su pena. Yo sufría las gotas que me caían en silencio, porque sabía que ella me necesitaba. Y lloré con ella lágrimas de tinta negra grabadas en mi piel cual tatuajes que escurrían por mis líneas, oscureciendo el albeado fondo de mi existencia.

Los minutos se me hicieron eternos. Finalmente, la tormenta cesó, así como la lluvia que me empapaba. Me cerró, y tuve miedo de que todo volviese a ser como antes. No quería volver a la estantería, no hasta que acabaran mis días. Yo aún conservaba algo de juventud y algunas hojas en blanco.

Di gracias a los árboles cuando, en los días que le sucedieron, ella volvía para confiarme de nuevo sus secretos. Seguía triste, pero lo peor ya había pasado. Me fui haciendo viejo rápidamente, pues sus pensamientos comenzaban a embotarme y ya quedaba poco sitio en mí donde posar su pluma.

Cuando no quedó nada más que decir, con un suspiro, me cerró y me devolvió a la estantería. Aunque esta vez estaba preparado para el viaje. Habíamos compartido todo lo que yo había soñado. Tantos recuerdos, aquellos buenos y malos momentos... No le guardaba rencor por aquella vez que me olvidó. Son cosas que pasan.

Así pues, comencé mi gran letargo. Puedo estar orgulloso de que durante mucho tiempo permanecí en su memoria, y de que de vez en cuando volvía para releer las páginas de aquello que habíamos vivido juntos. Luego me perdí. Debió de guardarme con otros tantos recuerdos de su juventud.

Alguien volvió a abrirme mucho tiempo después. Se parecía a ella pero no era la misma mujer que yo había conocido. Me leyó con lágrimas en los ojos, y estuve temiendo por mi frágil integridad, pero tuvo cuidado de no mojarme. Luego me volvió a cerrar, sentí su abrazo, y no supe nada más de ella.

Ahora soy consciente de que todo ha llegado a su fin. Puedo oír el fuego y empiezo a sentir su calor. Intuyo que todo lo que está a mi alrededor también está ardiendo. Estoy contento con la vida que me ha tocado llevar. Sé que todo está bien, que cumplí mi misión. Alguien leyó las palabras que una vez mi chica depositó en mí para que las guardara. Soy feliz, y es que, después de todo, he tenido suerte. Esta muerte es mejor que acabar en la planta de reciclaje y que me conviertan en algo que no soy.

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