domingo, 23 de mayo de 2010

Cuento de la Madre Gaia

Aquí llega la versión remasterizada jaja del Cuento de la Madre Gaia que, si formáis parte de mi Tuenti, tal vez ya hayáis leído. Bueno, este también va para concurso, espero presentarlo en esta próxima semana más o menos, aunque hasta octubre no habrá resultados!

Es una versión más larga y retocada de la historia que fue en principio, que tenía muuuuchos errores. No es perfecta ahora, ni mucho menos, pero está mejor.

Quería agradecer a Ignacio y Pedro sus comentarios, significa mucho para mí el simple hecho de que se molesten en escribirme.

Y bueno, os sigo animando a quien pase por aquí a que comente y me dé su opinión, realmente es muy valiosa (da igual que digáis que el cuento es atroz y horrible, acepto las críticas!!)

Saludos a todos

Ah! Puede resultar un pelín largo respecto a las otras entradas, pero es que el mínimo para participar eran tres folios de word!!

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El cuento de la Madre Gaia

Erase una vez una mujer a la que llamaban la Madre Gaia. Era un ser extraordinario, de infinita elegancia, surgido de la imaginación de dios sabe qué fuerza natural invisible. No podría describírsele en palabras, solamente por las sensaciones que embargaban a quienes la observaban en todo su esplendor. Sus ojos estaban llenos de luz, y su mente repleta de innumerables ideas y una genial imaginación.

Vivía en un lugar maravilloso, un sitio enorme, repleto de todos los animales y plantas que se puedan imaginar. Había mares y océanos; grandes continentes y las más pequeñas islas: frondosos bosques y yermos desiertos. También había aves, mamíferos, peces, anfibios e insectos de todos los tamaños y colores imaginables. Ella era la reina de aquel lugar, lo cultivaba y daba a luz a aquellos seres vivos, todos ellos hermosos y perfectos. Éstos la adoraban, la veneraban, eran algo más que súbditos al servicio de su dueña. Eran amados y respetados por ella, mimados y cuidados con el esmero que sólo una madre puede dar.

Pero la Madre Gaia aún no tenía a nadie que cuidara del reino en su ausencia, pues ella era única con la capacidad suficiente para ese trabajo, y no existía nadie más parecido a ella que pudiera hacerse cargo de él. Eso la atormentaba y entristecía, y día tras día trataba de encontrar una solución a aquel grave problema.

Una noche, mientras observaba las estrellas desde una alta colina, sobre la cual se veía buena parte de su reino, se le ocurrió una gran idea. Apenas pudo contener la emoción mientras ésta se iba construyendo en su mente, poco a poco. Planeó que tendría cuatro hijos, creados de su propio cuerpo, como los demás, pero a la vez completamente diferentes a ellos. Les dotaría de extraordinarios poderes con los que serían capaces de llevar a cabo la tarea. Ellos serían sus herederos y les entregaría, a partes iguales, sus tierras. Como era imposible crear a alguien igual que ella, decidió que concedería a cada uno varias de las aptitudes que a ella hacían perfecta, y entre los cuatro sabrían cuidar del mundo.

Y así fue como concibió a los cuatro, como elementos, como puntos cardinales, como estaciones del año...

Al primero lo llamó Yamah. Su piel era oscura y recia, al igual que sus ojos y su pelo, y muy alto. “Como la noche” – pensó la Madre Gaia -. Le dotó de una gran fuerza y valentía, de una mente aguda para la caza, silencioso y hábil como ninguno. Sería un gran protector del lugar, siempre preparado para cualquier amenaza.

Al segundo lo llamó Río. Él tenía la piel blanca, como las nubes, y los ojos azules, como el cielo. Su pelo era rubio como los rayos del sol.”Como un día soleado”- dijo para sí la Madre Gaia. Su perseverancia y astucia le ayudarían a sobrevivir. Con creatividad lograría crear cosas maravillosas, el abono perfecto para la supervivencia y evolución del reino.

La tercera era una niña, a la que llamó Yerva. Su piel era morena, con tonos rojizos, tenía los ojos verdes y brillante pelo castaño. Ella era tímida y elegante, fresca como el bosque en el que su madre se había inspirado al crearla. Era extremadamente intuitiva e imaginativa, y La Madre Gaia supo que la tierra florecería a su paso. Sabía escuchar lo que el mundo necesitaba y casi podía ver sonreír a las flores a su paso.

A la más pequeña la llamó Brisa. Su piel era amarilla, y sus ojos rasgados, para soportar el viento. Su pelo era oscuro y muy liso. Era delicada y ligera como una pluma, pero muy inteligente y, en contraste con su aspecto dulce, era una dura luchadora. “Como el mar que domina mis fronteras”- pensó la Madre Gaia. Y así era, apacible o embravecida según lo que requiriera la ocasión, siempre equilibrando la paz y el caos.

Después de dar a luz a sus hijos, la Madre Gaia les otorgó a cada uno la porción de reino que más casaba con las aptitudes de cada uno:

A Yamah le entregó el sur, la tierra del fuego y las noches largas y peligrosas, el lugar más inhóspito de todos. Con su fuerza y valentía podría dominar aquellas tierras para que no cayeran en la anarquía.

A Río le entregó el norte. Era la zona más fría, muy fértil, aunque sin tantos recursos, donde él podría afrontar el reto de crear grandes cosas a pesar de las dificultades que se le plantearan.

A Yerva le entregó el oeste, la zona más frondosa, un lugar donde esconderse y hacer realidad grandes proyectos, a pesar de que los elementos eran los más imprevisibles. Su orientación la ayudaría a no perderse en el bosque y su corazón la guiaría en la creación de miles de especies distintas.

Por último, entregó a Brisa el este, el lugar por donde nacía el sol. Sería la primera en ver la luz de un nuevo día, y obtendría grandes recompensas de su trabajo. El este estaba cubierto de islas, donde ella podría navegar sin problemas, controlando los océanos desde sus dominios.

Así pues, cada uno se puso manos a la obra para hacerse cargo de su porción del reino, y la Madre Gaia pudo descansar tranquila, pensando que su amada tierra estaba en buenas manos. Estaba cansada de tanto esforzarse en trabajar para mantener su reino perfecto, y se merecía descansar.

Al principio, todo funcionó de maravilla, y los cuatro hijos se adaptaron a sus obligaciones sin mayor complicación, puesto que estaban perfectamente capacitados para ello. Sin embargo, al poco tiempo, todo se torció. Todos ellos, en su ambición, quisieron hacerse con el control de los territorios al margen de los demás. Los cuatro hermanos se enfrentaron irremediablemente, sin que la Madre Gaia pudiera preverlo, y sin saber que era imposible que uno solo pudiera dominarlo todo, puesto que carecían de todas las virtudes que poseía la Madre Gaia.

Se produjo una batalla feroz entre ellos y sus descendientes y, a pesar de que muchos murieron, ninguno se daba por vencido. Así, cuando la Madre Gaia se enteró de la terrible noticia, su enfado y tristeza hicieron que no quisiera volver a ver a sus hijos ni su reino devastado, y se encerró en un lugar oscuro, donde nadie la viera llorar su horrible pena.

A raíz de la desaparición de la Madre Gaia y de las sucesivas guerras que se fraguaban en el mundo, el reino que con tanto esmero había creado y cuidado se fue marchitando, palideciendo de forma constante ante la barbarie que se estaba produciendo.

Por suerte, la Madre Gaia, hacía mucho tiempo atrás, cuando creó el reino, había ideado un sistema natural por el que, aunque la situación fuera crítica, el equilibrio volviera siempre a estabilizar la vida del mundo. Era un plan de emergencia que había esperado no tener que utilizar nunca, así que lo dejó impreso de forma vaga en el núcleo de la vida de sus tierras. La Madre Gaia apenas podía recordar que lo había creado.

Por eso se entiende que, de pronto, ocurriera el gran milagro que aconteció en aquellos momentos. Los cuerpos de los descendientes caídos en las batallas de uno y otro bando se unieron a la tierra y al mar, mezclándose con ellos, de modo que, de la unión, nacieron unos nuevos seres, cada uno diferente, pero con rasgos mezclados de los cuatro hijos. Los había blancos de ojos negros, de piel morena y ojos azules...

Estos nuevos seres se sentían parte de los cuatro territorios, y no tenían necesidad de conquistar ninguno de ellos, pues formaban un compendio todos ellos. Se había creado una nueva raza, una que lo poblaba todo y no era dueña de nada, una raza libre, sin ataduras. Descubrieron que uniendo sus fuerzas eran muy superiores en todos los aspectos a los cuatro hijos, porque se parecían mucho más a la Madre Gaia, una mezcla de sabiduría, astucia, valentía e intuición.

Ante esta situación, el enfrentamiento ya no tenía sentido para nadie. Ninguno de los cuatro hijos de La Madre Gaia sería capaz de matar a aquellos nuevos seres, tan pacíficos, tan hijos suyos como de los demás.

A los miembros de la nueva especie se les llamó Arcoiris, porque eran todos distintos, aunque iguales a su modo, y lo más importante es que habían aparecido después de una gran tormenta de guerra, devolviendo la luz y la paz a aquel lugar.

Entonces, los cuatro hijos: Yamah, Río, Yerva y Brisa, fueron a buscar a La Madre Gaia para que les perdonara. No habían sido en todo el tiempo conscientes de su desaparición, por lo que tuvieron que ir a buscarla por todos los rincones del mundo, trabajando, por primera vez, como un verdadero equipo. Yamah fue a las llanuras y desiertos, Río a los polos, montañas y glaciares, Yerva a los bosques y a los prados, y Brisa buscó en el cielo y los mares.

Cuando la encontraron, La Madre Gaia estaba desmadejada y rota en el rincón más oscuro del mundo, llorando amargamente. Los cuatro hijos, arrepentidos, se disculparon ante su madre y le pidieron que volviera a salir al mundo, para que viera el milagro que se había producido en su ausencia. Al principio no quiso creerles, y rehusó salir de su escondite, pero al final salió al exterior. Quedó tan felizmente sorprendida ante la presencia de los Arcoiris que, inmediatamente, los acogió como nietos suyos que eran, y los quiso tanto como a los demás.

El gozo que despertó en la Madre Gaia el fin del enfrentamiento y la vuelta al mundo de la tolerancia y el respeto por todos y todo, hizo que desapareciera hasta el último vestigio de lo que había sido aquella guerra, quedando tan solo la armonía y belleza del mundo que la Madre Gaia había soñado una vez, y donde al fin podía confiar en que se preservaría su obra.

Desde entonces, los cuatro hijos vivieron en paz, unidos por los lazos de amor con La Madre Gaia y con sus hijos, los Arcoiris. Ninguno se sintió nunca superior a otro, porque habían nacido de la misma forma, del mismo ser, cada uno siendo consciente de sus virtudes y sus defectos. Descubrieron que, trabajando juntos y uniendo sus fuerzas eran capaces de crear un mundo mejor que el que la propia Madre Gaia jamás pudo imaginar, cosas increíblemente maravillosas, algo que, por separado, nunca hubieran podido conseguir.

Y es que la Felicidad, la encontraron en el amor de unos por otros, en sus similitudes, así como en sus diferencias. Nadie era igual a nadie, pero tampoco eran lo suficientemente distintos como para creer que podían ser mejores que los demás.

Como en tantos otros cuentos, todos fueron felices y comieron perdices. Y como no podría ser de otra forma: colorín colorado, este cuento se ha acabado…

Fin.


1 comentario:

  1. Como ya te dije en su día, me gusta mucho esta historia, espero que el jurado del concurso lo sepa apreciar y te otorguen una buen posición!!

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